Querido
Eugen.
Ante
todo agradecer la cascada de comentarios que has realizado al post anterior.
Efectivamente y sin ninguna duda,
diré de una vez que una de las características fundamentales del poder
contemporáneo es su pluralidad
efectiva. Existe de hecho una multiplicación de las instancias poder que ha
emergido durante el siglo XX y que, sobre todo a partir de la II Guerra Mundial
y el perfeccionamiento de “la logística del complejo militar-industrial y sus medios de comunicación de la destrucción” (Virilio), se ha ido
constituyendo como signo de las transformaciones radicales acaecidas desde
entonces. Como no ha dejado de mostrar Paul Virilio desde los años setenta, lo
que históricamente había capitalizado cada vez con mayor eficacia el aparato de
Estado (incluso y sobre todo la capitalización
de la violencia militar), a partir de la “división de poderes” del iluminismo
ilustrado y a través de “la captura de la velocidad y la revolución de los
transportes, así como la aceleración continua de los medios de comunicación y
de información” no ha dejado de configurar una eficacia de la “acción a
distancia” que fragmenta, dispersa y multiplica el ejercicio del poder. En un
entramado de múltiples vectores, este proceso culmina en la pérdida patente de
poder de los Estados contemporáneos a finales del siglo XX.
Dicho esto, no quería dejar de matizar
que en ningún momento he pretendido plantear "la existencia de un único poder". Probablemente me he
explicado mal, pero mi pretensión era conceptualizar, siguiendo a Foucault, el
funcionamiento del poder como una práctica y no como una propiedad, como
el despliegue inmanente de dispositivos concretos y no como una sustancia
trascendente a dichos dispositivos. A partir de ahí, al observar que una de las
funciones más relevantes del ejercicio del poder es “la unificación, la
estandarización y la totalización de las relaciones de fuerzas”, constato que precisamente
su concepto operativo sigue remitiendo en la actualidad a una
unidad trascendente, de sustancia teológica (llámese el Capital, el Sistema, la
Civilización, la Democracia, la Revolución, el Progreso, la Justicia Infinita, etc) y que es precisamente la operación de trascendencia, la extracción de una esfera separada de las prácticas sociales que vendría a instituir la diversidad de poderes y darles un sentido último, lo que constituye la "esencia" conceptual del poder (occidental).
De este modo, me parece observar
en la realidad contemporánea que “un mismo poder de unificación, de
totalización y de estandarización” circula por los
dispositivos de una pluralidad efectiva
de poderes, y que son los dispositivos publicitarios los que se encargan de
gestionar esta función de trascendencia del poder como marca teológica de los poderes múltiples en ejercicio.
En este sentido, resulta
esclarecedor el modo en que Roberto Esposito, precisamente en referencia al
artículo de Giorgio Agamben ¿Qué es un
dispositvo? (que hemos comentado ya en este blog), escribe en su libro El dispositivo de la persona lo
siguiente: “Este último autor, en particular, ha podido reconocer la raíz en la
idea cristiana de oikonomia –traducida
por los padres latinos como dispositio, de
donde deriva nuestro “dispositivo”-, entendida como la administración y el
gobierno de los hombres ejercido por Dios a través de la segunda persona de la
Trinidad, vale decir, Cristo. Ya en este caso –pese a que Agamben no lo señala,
pues impulsa su propio discurso en otra dirección- es posible observar un
primer parentesco entre el funcionamiento del dispositivo y el desdoblamiento
implícito en la idea de Persona, en este caso divina. El dispositivo no es sólo
lo que separa, en Dios, ser y praxis, ontología y acción de gobierno, sino
también es lo que permite articular en la unidad divina una pluralidad, en este
caso específico de carácter trinitario”.
Es ciertamente relevante esa
forma en que la genealogía semántica de la noción crucial de dispositivo, a
través de las categorías cristianas, “permite articular en la unidad divina una
pluralidad” de poderes, como señala Esposito, y también ese caso específico del
que habla, “de carácter trinitario”, que recuerda mucho a la primera
“separación de poderes” en el seno del Estado moderno (legislativo, ejecutivo y
judicial). Y es igualmente ejemplar la identificación de la separación de raíz
que se introduce en el seno de la noción de persona (entre ser y praxis,
ontología y acción) y que dura hasta hoy mismo, inserta en el funcionamiento social
de ese dispositivo específico que es la “persona” en su operatividad actual,
tal como muestra Esposito en su admirable libro.
Has hablado también en tus
comentarios, querido Eugen, en un apunte casi cómico, de “la disputa entre
monoteístas y politeístas”. ¡Pero yo precisamente soy politeísta! Ahora bien,
no puedo dejar de constatar que en los poderes dominantes de la actualidad uno
de los conflictos más relevantes e inextricables nace del lazo teológico que
une y separa a las tres Religiones del Libro (Cristianismo, Islam y Judaísmo)
localizado de manera ejemplar en la guerra interminable de Palestina, y que son
las sectas religiosas monoteístas y su fundamentalismo guerrero las que
controlan a nivel discursivo todas
las concepciones últimas de los poderes dominantes occidentales y su conflicto bipolar con el mundo islámico. Eso es una
constatación de hecho, no responde a ningún deseo. ¡Los dioses me libren! Habría
que tratar en capítulo aparte las innovaciones que a este nivel introducen los
poderes emergentes de China y la India.
Por otra parte, los vectores políticos del nuevo poder
múltiple me parecen ser, principalmente, la privatización, la
deslocalización, la multiplicación de las identidades publicitarias, la
dispersión y fragmentación de instancias jurídicas y operativas de orden
complejo, la escena globalizada en tiempo real (unificación, totalización y
sincronización mundial). Por lo demás, y de nuevo en relación al ordenamiento
jurídico, se podría decir que de “la violencia creadora de derecho” (Benjamin)
y la posesión por parte del Estado moderno del “monopolio de la violencia
legítima” (Weber), se pasa a través del proceso de fragmentación y
multiplicación del poder acaecido en el siglo XX hasta la violencia radical de
un “estado de excepción” globalizado (Agamben).
Habría que constatar también que el poder es sobre todo múltiple en función de sus formas de aplicación
(poder disciplinario, biopolítico, ciber-poder, noo-poder, etc) y no tanto de
las "entidades en pugna" que lo encarnan en un momento u otro,
instancias en constante mutación (sobre todo de estatus jurídico), en
permanente aparición y desaparición estratégicas. Es relevante también
constatar el desplazamiento del poder biopolítico (una de cuyas ramas más "humanitarias", el llamado Estado del Bienestar, se encuentra en
pleno proceso de desmontaje) una vez que éste ha arraigado profundamente en los
cuerpos, hacia una privatización generalizada de la “estrategia inmunitaria”
(Esposito), legitimada por la incidencia radical de la “noo-política”, que como
ha señalado Mazzarato consiste en el ejercicio del poder directamente sobre la
atención, la memoria, la inteligencia colectiva, la percepción y el
funcionamiento del pensamiento a través de las nuevas tecnologías inteligentes.
No he planteado por mi parte ninguna
"integralidad de los poderes", sino que he querido señalar la fuerza
de "integración" (y de exclusión) como una de las manifestaciones más
importantes del ejercicio del poder. Y he tratado de plantear, a partir de un
mapa conceptual provisional, la importancia de localizar "los valores que
emergen del dispositivo publicitario en el que descansa el ejercicio del poder
en los medios digitalizados", como tú dices literalmente.
Por tanto, me gustaría zanjar esta
pequeña polémica abordando, como tú indicas muy bien, en relación a la noción
capital de dispositivo, no sólo las “líneas de fuerza” (sobre las que ya me he
extendido en exceso), sino también las "líneas
de enunciación" y las "líneas de visibilidad", para prolongar de
este modo lo que tú mismo has hecho en tus comentarios al desplegar todo un
programa de trabajo sobre
la historia de la mirada.
Voy a reproducir para ello un largo
fragmento de un libro excelente de Roberto Esposito, recientemente publicado
por Amorrurtu con el título de El
dispositivo de la persona, al que antes ya hemos hecho alusión. Se trata de
un fragmento ejemplar al respecto de la visibilidad y la enunciación en los
dispositivos contemporáneos.
En el principio mismo de ese
libro, en una sección inicial titulada “La paradoja de la persona”, escribe
Esposito:
“En la tapa del número de
diciembre de 2006 de la revista Time,
tradicionalmente dedicado a los personajes del año, aparecía la foto de una
computadora encendida, con el monitor transformado en una superficie
reflectante como un espejo, en cuyo centro se destacaba, con grandes letras, el
pronombre “you”. De esta manera,
quien la miraba podía ver reflejado su propio rostro, promovido precisamente a “person of the year”, tal como se
aseguraba en el título. La intención de la revista era certificar, de este modo
hiperrealista, el hecho de que en la sociedad contemporánea nadie ejerce mayor
influencia que el usuario de Internet, con sus fotos, sus vídeos, sus mensajes.
Empero, en un nivel más profundo, el mensaje se prestaba a otra interpretación
menos previsible, puesto que se desdoblaba en dos planos recíprocamente
contrapuestos. Por un lado, al declararlo “persona del año”, el dispositivo de
la revista situaba a cada lector en el espacio de absoluta centralidad
reservado hasta ahora a individuos excepcionales. Por el otro, en el mismo
momento, lo insertaba en una serie potencialmente infinita, hasta hacer
desaparecer en él toda connotación singular. La sensación subyacente es que, al
darle a cada uno la misma “máscara”, termina por trazar el signo sin valor de
una pura repetición, casi como si el resultado, inevitablemente antinómico, de
un exceso de personalización fuera desplazar al sujeto hacia el mecanismo de
una máquina que lo sustituye, al empujarlo a la dimensión sin rostro del
objeto. Por lo demás, este intercambio de roles, ingenua o maliciosamente
montado por la tapa de Time, no es
otra cosa que la más explícita metáfora de un proceso mucho más amplio y
general. En tiempos en que aun los partidos políticos ambicionan llegar a ser “personales”
para producir la identificación de los electores con la figura del líder,
cualquier gadget es vendido por la
publicidad como “personalizado” en extremo, adaptado a la personalidad del
comprador y destinado, así, a darle mayor relieve –por cierto, también este
caso, con el resultado de homologar los gustos del público a modelos apenas
diferenciados-. Otra vez la misma paradoja: cuanto más se trata de recortar las
características inconfundibles de la persona, tanto más se determina un efecto,
opuesto y especular, de despersonalización. Cuanto más se quiere imprimir el
marco personal de la subjetividad, tanto más parece producirse un resultado
contrario de sometimiento a un dispositivo reificante”.
Roberto Esposito, El dispositivo de la persona, Amorrurtu. Col. Nómadas, Buenos
Aires, 2011.
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