sábado, 7 de julio de 2012

Cultura emergente (II): trayectos.

                                                  La Calderería: laboratorio pragmático.

Nuestro insigne ministro de cultura, el señor Wert, dijo hace poco en una entrevista televisada que “estamos cambiando el paradigma, y pasando de una cultura de las subvenciones a una cultura de la participación social”. Evidentemente el señor ministro es un hombre culto, y sabe lo que dice al hablar de un cambio de paradigma. Lo que resulta mucho más intrigante y enigmático es saber lo que quiere decir cuando habla de “participación social”.

Es conocida la capacidad caníbal del sistema de representación institucional para engullirlo todo y regurgitarlo debidamente neutralizado en la forma publicitaria y normativa que más le conviene. La “participación” es ya una consigna generalizada que difícilmente puede asegurar por sí sola ninguna democratización ni ninguna emergencia transformadora. De hecho, vivimos culturalmente en un paradigma ya normalizado de "la participación, el diseño, la interactividad y la innovación", un entramado de prácticas de las industrias y las instituciones culturales que es perfectamente capaz de neutralizar las emergencias políticas realmente transformadoras.

Un primer trayecto en la emergencia de una nueva sensibilidad debería transitar de la mera participación a la implicación real, en un movimiento de conversión pragmática de la simple “interactividad” en prácticas colaborativas implicadas en procesos sociales de transformación.

A partir de su libro Las auras frías, me parece que el trabajo teórico de José Luis Brea es el que mejor ha sabido explorar y diagnosticar las transformaciones que en las prácticas artísticas y en la producción cultural han ido emergiendo en el cambio de milenio, y que constituyen la actualidad problemática de las transformaciones culturales en curso. Prácticamente todo este crucial trabajo teórico de Brea puede encontrarse en Creative Commons accesible aquí: http://www.joseluisbrea.net/. Sus libros en copia de autor para descarga libre inciden directamente en otros de los trayectos fundamentales de la cultura emergente: la accesibilidad compartida de los contenidos, la importancia radical de la distribución y circulación libre del conocimiento, el cuestionamiento de la función-autor y de sus supuestos “derechos” (o más bien deberes, como diría Godard).

Es sintomático también que la mera referencia al trabajo intelectual de José Luis Brea resulte siempre en cierto modo problemática, pues parece existir una neta diferencia entre quienes valorizan su trabajo como pionero y señero en España y quienes lo denostan y menosprecian como elitista, amanerado y retórico, o como mera traducción personal de otros pensamientos. Me parece que lo que esto indica es ante todo que el universo de las referencias opera más, en las dinámicas reales de la cultura emergente, por un disenso productivo que por un consenso supuestamente representativo. Las referencias y los discursos están en plena dispersión, en fragmentación y aceleración crecientes, se condensan y se decantan en acciones colectivas que ya no están sujetas a la hegemonía de un solo pensamiento tutelar sino funcionando colectivamente en sistemas de no equilibrio y en estructuras disipativas, en la proliferación de los anonimatos y de los sujetos políticos colectivos e instituyentes que se muestran continuamente transformables y readaptables al devenir complejo de las situaciones.

                                                    La Calderería: laboratorio teórico.

La complejidad constitutiva de los procesos es otra de las piedras de toque de lo emergente. La no linealidad, la autopoiesis, el trayecto de lo mecánico a lo termodinámico, la transdisciplinariedad generalizada, la exigencia de la hibridación de esferas que han permanecido separadas en nuestra cultura y que ahora están urgidas a encontrarse, mezclarse y colaborar no solamente para acceder a una comprensión cabal de los procesos complejos contemporáneos, sino para poder operar la conversión de los paradigmas teóricos en prácticas eficientes de emergencia cultural y transformación social. Lo que la cultura emergente implica de forma constante es, entre otras cosas, una articulación compleja y permanente de lo teórico, lo pragmático y lo cotidiano en novedosos laboratorios de experimentación colectiva.

No solamente, pues, la Estética de la emergencia, sino también la Estética de laboratorio,  trayectos que ha sabido explorar Reinaldo Laddaga en sendos y ejemplificadores libros. Como decía por su parte Bruno Latour en un artículo titulado Atmosphère, atmosphère: “estamos inmersos en un conjunto de experimentos colectivos que han desbordado  los confines estrictos del laboratorio, entrando con ello en la era del experimento. (…) El laboratorio ha extendido sus muros a todo el planeta”. El experimento generalizado que es el campo complejo de lo cultural, lo económico y lo social en la era de los laboratorios extendidos implica el feedback entre lo teórico y lo pragmático, entre las singularidades dispersas y las colectividades aglutinantes, entre el campo de controversias económicas y las controversias sociales que las retroalimentan y que impregnan todas las fases y transformaciones de fase de la producción cultural contemporánea. 

Nos movemos así permanentemente de lo cultural a lo social, de lo económico a lo político, en lo que yo llamaría procesos socio-artísticos y socio-creativos cada vez más generalizados e interdependientes. La experimentación colectiva como matriz de la transformación social, el contexto de estafa económica y de crisis de legitimidad generalizadas que nos empujan a una necesidad imperiosa de instituir una efectiva economía social, de las prácticas codificadas de industrias culturales y creativas a unas emergentes ecologías culturales que funcionan en los márgenes y en los intersticios de un sistema en proceso de descomposición, todo ello confluye en los procesos instituyentes de circuitos de acción y supervivencia que solamente las redes de cooperación y coordinación colectivas nos pueden hacer accesibles.

                                                  La Calderería: laboratorio de lo cotidiano.


Epílogo

¿Qué queremos decir, por cierto, cuando indicamos que el señor ministro es un hombre “culto”?  En uno de los encuentros que Félix Guattari tuvo con los movimientos sociales brasileños en 1982, éste hablaba de que “el concepto de cultura es profundamente reaccionario. Es una manera de separar actividades semióticas en una serie de esferas. Una vez que son aisladas, tales actividades son estandarizadas, instituidas potencial o realmente y capitalizadas por el modo de semiotización dominante; es decir, son escindidas de sus realidades políticas” (Félix Guattari/Suely Rolnik, Micropolítica. Cartografías del deseo. Traficantes de Sueños). 

Guattari distinguía entonces tres sentidos dominantes de la palabra cultura. El primero hace referencia a un valor acumulable, a la distinción (que diría Bourdieu) entre medios cultos e incultos, escindidos mediante la atribución de propiedades de acumulación a esta forma de cultura-valor. El segundo sentido es el de la “cultura-alma colectiva”, sinónimo de civilización, dice Guattari. El supuesto de este sentido es que todo el mundo tiene cultura y que esa propiedad remite a una supuesta “identidad cultural”. Se trata de una dimensión semántica muy arraigada  y que recorre desde el imaginario de ciertos movimientos de emancipación a la “misión civilizadora” que Occidente se atribuyó en su empresa colonizadora del planeta, una civilización occidental que sigue dominando el mundo y ha logrado imponer la noción de identidad como sinónimo de cultura, y la de cultura como sinónimo de Occidente. El último sentido de esta palabra que distinguía Guattari se refiere al último estadio de la cultura global: la de una colección de objetos semióticos y bienes simbólicos que cotizan en el mercado, la cultura de masas como cultura-mercancía globalizada que es gestionada por la esfera separada de las Industrias Culturales.

A partir de este triple diagnóstico, podemos captar tres sentidos trasformadores en la noción de cultura emergente: una producción cultural que no se valoriza como acumulable sino como diversidad no homologable, que no distingue entre alta y baja cultura y no se deja capitalizar por la institucionalización apropiadora sino que emerge de continuo como multiplicidad descentrada e irreductible; una cultura que no remite a ninguna “identidad” forzosamente excluyente sino que opera como producción de singularidades múltiples, de hibridaciones, de contagios y mezclas de esferas semióticas y de acción; y finalmente una cultura que no cotiza en la bolsa de valores semióticos dominantes, sino que opera por desterritorialización continua de las formas de valorización capitalista generando esferas de circulación y distribución que escapan a la mercantilización globalizada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario