La semana pasada, Agustín García
Calvo publicó, después de mucho tiempo sin prodigarse, un interesantísimo
artículo en El País (sábado 14 de julio) llamado Tampoco el bosón de Higgs era verdad. Escribía ahí García Calvo, en uno de sus giros,
sobre “aquellos sabios que se han atrevido a declarar para la gente la verdad
de las mentiras de la Ciencia; así habréis leído más de una vez cómo el propio
Einstein declaraba una vez que las ideas o teorías que se refieren a la
realidad no son ciertas (sicher) y,
si son ciertas, no se refieren a la realidad. Claro que para decir cosas como
esas, si uno está todavía preparando su tesis doctoral o su subida a las cátedras del mundo…”.
Pues sí, el viejo Agustín dice
bien: no se puede contradecir demasiado a la ortodoxia académica o comunicativa si quiere uno
postularse a su meritocracia y a su administración funcionarial de los privilegios
cognitivos, pero es necesario que desde los márgenes se explique que hasta el
bosón de Higgs no es ningún "descubrimiento",
pues se trata más bien de un modelo
teórico que, ideado hace más de cuarenta años, ha necesitado un desarrollo
tecnológico adecuado como para poder construir
en el laboratorio un hecho científico capaz de verificar experimentalmente
la teoría previamente elaborada. Porque resulta que hasta los hechos científicos se construyen, como han mostrado
reiteradamente Bruno Latour y otros sociólogos de la ciencia, y no se trata
aquí de ninguna supuesta “verdad científica” sino de la construcción de lo real en función
de los modelos teóricos vigentes y las tecnologías disponibles.
Uno de los modelos que más se
está cuestionando desde la cultura emergente es el viejo modelo de la educación disciplinar en el que sigue anclada, en general, la venerable Academia.
Este modelo educativo está basado en estructuras cerradas y en procesos
lineales, y está centrado en unos “contenidos” sobre los que se aplica la
llamada transferencia de conocimiento. Más que a la producción de conocimiento,
lo que a la Academia se dedica con este modelo es a su captura y a su administración, y con ello a la validación
de aquellos contenidos homologables a sus “competencias” administrativas de legitimación cognitiva. En general y de forma mayoritaria, en la Academia no se presenta el
conocimiento, sino que se representa;
y no se produce otra cosa que reconocimiento
(en forma de “títulos” y "créditos", inversiones privadas y fiduciarias adecuadas a este
modelo bancario de la “transferencia de conocimiento”).
La Academia, de hecho, se encarga sobre todo de la apropiación del
conocimiento que se produce en el seno de la sociedad, para adaptarlo entonces
a sus formulismos de legitimidad y administrarlo según sus circuitos
endogámicos de reconocimiento, siendo mucho más reducida la producción de conocimiento
propiamente académica, y muchísimo más reducido aún el retorno de ese conocimiento a la sociedad misma. Las “tesis”
forzadas que están proliferando últimamente por exigencias burocráticas de la
Universidad son buena prueba de estas problemáticas del reconocimiento, de la
apropiación y del no retorno. La crisis de la Universidad es tan sistémica y profunda como la de nuestra civilización, pero esto no es óbice para constatar que la retirada masiva de financiaciones a las Universidades y en general a la I+D+i constituye un auténtico suicidio nacional.
En la red EASA Media Anthropology
Network, en la que estoy suscrito, se dio por ejemplo no hace mucho una cierta
euforia tribal al corroborar que las prácticas emergentes en Internet permitían
“considerar por fin a la antropología como una ciencia plena”. Las prácticas en la Red configuran
un terreno perfectamente tangible y fácilmente apropiable de comportamientos
que dejan su huella digital en datos y que permiten una adecuada modelización matemática y formal, lejos
ya de toda la “literatura” y de las prácticas sociales en espacios reales con
la que las ciencias humanas tienen que cargar desde su origen. Y es que una de
las tareas del conocimiento académico consiste precisamente en la
“modelización”, en la producción y reproducción de modelos teóricos que pasan
por ser verdades de lo real o de lo social, pero que son más bien reflejos de los dispositivos de poder en el seno de las instituciones rectoras de la legitimación. La investigación académica no deja sin embargo de estar embarcada en un cuestionamiento profundo de sus propios dispositivos, y en la medida en que se relaciona más abiertamente con los usuarios de las redes se le impone una continua reconfiguración de sus modelos en base a la IAP (Investigación Acción Participativa).
La IAP
lleva ya bastante tiempo desarrollando proyectos que se insertan en
prácticas cognitivas no académicas, en las cuales los “actores” sociales ya no
hacen un mero papel de “informantes”, de objetos
sobre los que se aplica la investigación, sino que coproducen conocimiento con
los propios investigadores, quienes por su parte aseguran el retorno de esa producción cognitiva a
los sectores sociales implicados. En una línea similar de democratización del
conocimiento trabaja la TAR (Teoría del Actor-Red), y al igual que la IAP sus procesos no solamente se producen en las redes telemáticas, sino también en entornos reales. Como explicaba su principal
teórico, Bruno Latour, en el libro Reensamblar
lo social, “ya no es suficiente limitar a los actores el rol de informantes
que ofrecen casos de algunos tipos muy conocidos. Hay que restituirles la
capacidad de crear sus propias teorías de lo que compone lo social. La tarea ya
no es imponer algún orden, limitar la variedad de entidades aceptables, enseñar
a los actores lo que son o agregar algo de reflexividad a su práctica ciega. De
acuerdo con una consigna de la TAR, hay que “seguir a los actores mismos”, es decir, tratar de ponerse al día
con sus innovaciones a menudo alocadas, para aprender de ellas en qué se ha
convertido la existencia colectiva en manos de sus actores”[1].
En la cultura de la simulación o
la sociedad del espectáculo, modelos y actores pertenecen por igual a los
simulacros del show bussines, a los
de las ciencias humanas y a aquellos que se constituyen en formas activas de la socialidad. Un modelo
teórico o un actor social son coproductores de realidad en la misma medida que
una star de cine y las modelos de
moda. Lo que importa es la serie, la
secuencia de modelos que se concatenan en el espectáculo social de los
comportamientos, desde los modelos teóricos más o menos inconscientes hasta las
actitudes dictadas por la “moda” y sus voceros. La cultura de la especulación
teórica (la de las Academias occidentales) ha devenido por su parte cultura de la
especulación financiera, especulación sobre la representación del valor (en consonancia con nuestra tradición
cognitiva) donde nuestro futuro empieza a depender de abstracciones aberrantes que
funcionan como “apuestas” y donde el valor financiero ha perdido ya completamente
de vista su propio referente, convirtiéndose en modelo de comportamientos inconmensurables
con todo valor social verificable.
En toda la historia de Occidente
es posible observar, por lo demás, que siempre el modelo, la idea o la
representación han precedido de algún modo a lo real, configurándolo y
construyéndolo como tal. Esta es la cesura iniciática establecida por Platón
entre lo sensible y lo inteligible, la primacía metafísica del eidos (la Idea, la forma ideal) como
modelo cognitivo, que inoculó en Occidente como un virus insondable el fundador de la Academia. Cuando un
pintor del Renacimiento, por ejemplo, perfeccionaba la perspectiva y trataba de
reproducir lo visible lo más fielmente posible, no estaba intentando “representar
la realidad”, como reza cierta vulgata académica, sino más bien una supuesta Idea inmutable que produce lo visible, así
como un modelo eterno de Belleza y de Verdad, según la herencia platónica dominante en la
metafísica occidental (esencialista y dualista). Una herencia a la que por cierto adhieren plenamente la fabricación mediática y en serie de supuestas "verdades" de la ciencia, por mucho que disimulen su beatería.
La nuestra es así una cultura de
la especulación y de la representación, categoría esta última que está basada en
cuatro elementos que aseguran la reproducción de su simulación generalizada: representación cognitiva, representación estética,
representación comunicativa y representación política. Pues la “representación”
jamás ha sido otra cosa que una
simulación teatral de algo que se
oculta, y estos cuatro elementos configuran las cuatro esquinas de lo que
yo llamaría el cuadrilátero de la
representación, ese escenario donde se disimulan las luchas y las
decisiones reales en espectáculos de entretenimiento, donde se trueca la
realidad social por los efectos especiales de sus simulaciones neutralizadoras.
Este cuadrilátero de la representación (enmarcado
por sus esquinas cognitiva, estética, comunicativa y política) es una de las
estructuras más ocultas y arraigadas de nuestra cultura, uno de los
dispositivos que más requieren de un desfondamiento real para la emergencia de las
transformaciones sociales a que nos obliga esta crisis sistémica y
civilizatoria que nos están imponiendo, como una serie de crochés de derecha
directos a la mandíbula, la banda pugilística de especuladores y
representantes.
Esta fotografía pertenece a la
obra de Olafur Eliasson, Innen Stadt Außen (El centro al aire libre). El propio Eliasson escribía en su texto Los modelos son reales: “Anteriormente,
los modelos estaban concebidos como estaciones racionalizadas en el camino de
un objeto perfecto. Por ejemplo, una maqueta de una casa formaría parte de una
secuencia temporal, como el refinamiento de la imagen de la casa, pero se consideraba
que la casa verdadera y real era una consecuencia estática y final de la
maqueta. De este modo, el modelo era simplemente una imagen, una representación
de la realidad que no era real en sí misma. Estamos siendo testigos de un
cambio en la relación tradicional entre realidad y representación. Ya no evolucionamos del modelo a la
realidad, sino del modelo al modelo, al tiempo que reconocemos que, en
realidad, ambos modelos son reales”[2].
En la cultura de la representación
y la especulación que es la nuestra, el modelo ya no se refiere solamente a una
realidad a la que se superpone como esquema de comprensión o proyecto
constructivo, sino que opera además como una realidad paralela producida por la
especulación generalizada y por los simulacros “representativos”, realidad que
funciona “de modelo en modelo”, como por otra parte lo hace la creación
teórica. (Esto se ve con claridad en la economía financiera y su diferencia y (des)conexión
relativa con la economía real). “En consecuencia”, continúa Eliasson, en
referencia a la práctica artística, “podemos trabajar de un modo muy productivo
con la realidad experimentada como un conglomerado de modelos. Más que
considerar el modelo y la realidad como modalidades polarizadas, ahora
funcionan al mismo nivel. Los modelos han pasado a ser coproductores de
realidad”.
En este punto, Agustín García
Calvo nos recordaría en el mentado artículo de El País: “He ahí lo más sencillo
que tendríamos que haber descubierto: que la realidad no es todo lo que hay;
que es una guerra o contradicción entre la pretensión de imposición de ideales
o de un lenguaje matemático cerrado, y la resistencia siempre viva contra esa
imposición; la de las cosas nunca del todo terminadas contra los números y el
fin”. Ciertamente, por mucho que la Economía se nos quiera colar
como una Ciencia, y toda ciencia nos venda sus modelos teóricos como verdades pragmáticas en el despliegue espectacular de su dispositivo mediático y tecnológico, los modelos económicos responden a posiciones políticas, a
guerras de intereses en la “pretensión de imposición de ideales o de un
lenguaje matemático cerrado”, y la esfera de los modelos financieros (que
solamente “representan” un dinero que, por lo demás, no existe) funciona por su
cuenta generando ficciones acumulativas que se proyectan sobre lo
real para condicionarlo, fabricarlo y arruinarlo la mayoría de las veces.
Pero ahí está “la resistencia
siempre viva contra esa imposición; la de las cosas nunca del todo terminadas
contra los números y el fin”. Esa resistencia es la cultura que emerge contra
los modelos instituidos, la que se convierte en laboratorio para experimentar
por su cuenta sobre posibles modelos emergentes, para experimentar sin modelo y subvertir la representación y la
especulación dominantes en nuestra cultura, en una construcción de lo real con
las cosas nunca del todo terminadas ni sometidas a un cálculo o a un fin impuestos
por modelos fiduciarios y apropiaciones sin retorno.
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