lunes, 16 de julio de 2012

Cultura emergente (III): modelos.


La semana pasada, Agustín García Calvo publicó, después de mucho tiempo sin prodigarse, un interesantísimo artículo en El País (sábado 14 de julio) llamado Tampoco el bosón de Higgs era verdad. Escribía ahí García Calvo, en uno de sus giros, sobre “aquellos sabios que se han atrevido a declarar para la gente la verdad de las mentiras de la Ciencia; así habréis leído más de una vez cómo el propio Einstein declaraba una vez que las ideas o teorías que se refieren a la realidad no son ciertas (sicher) y, si son ciertas, no se refieren a la realidad. Claro que para decir cosas como esas, si uno está todavía preparando su tesis doctoral  o su subida a las cátedras del mundo…”.

Pues sí, el viejo Agustín dice bien: no se puede contradecir demasiado a la ortodoxia académica o comunicativa si quiere uno postularse a su meritocracia y a su administración funcionarial de los privilegios cognitivos, pero es necesario que desde los márgenes se explique que hasta el bosón de Higgs no es ningún "descubrimiento", pues se trata más bien de un modelo teórico que, ideado hace más de cuarenta años, ha necesitado un desarrollo tecnológico adecuado como para poder construir en el laboratorio un hecho científico capaz de verificar experimentalmente la teoría previamente elaborada. Porque resulta que hasta los hechos científicos se construyen, como han mostrado reiteradamente Bruno Latour y otros sociólogos de la ciencia, y no se trata aquí de ninguna supuesta “verdad científica” sino de la construcción de lo real en función de los modelos teóricos vigentes y las tecnologías disponibles. 

Uno de los modelos que más se está cuestionando desde la cultura emergente es el viejo modelo de la educación disciplinar en el que sigue anclada, en general, la venerable Academia. Este modelo educativo está basado en estructuras cerradas y en procesos lineales, y está centrado en unos “contenidos” sobre los que se aplica la llamada transferencia de conocimiento. Más que a la producción de conocimiento, lo que a la Academia se dedica con este modelo es a su captura y a su administración, y con ello a la validación de aquellos contenidos homologables a sus “competencias” administrativas de legitimación cognitiva. En general y de forma mayoritaria, en la Academia no se presenta el conocimiento, sino que se representa; y no se produce otra cosa que reconocimiento (en forma de “títulos” y "créditos", inversiones privadas y fiduciarias adecuadas a este modelo bancario de la “transferencia de conocimiento”). 

La Academia, de hecho, se encarga sobre todo de la apropiación del conocimiento que se produce en el seno de la sociedad, para adaptarlo entonces a sus formulismos de legitimidad y administrarlo según sus circuitos endogámicos de reconocimiento, siendo mucho más reducida la producción de conocimiento propiamente académica, y muchísimo más reducido aún el retorno de ese conocimiento a la sociedad misma. Las “tesis” forzadas que están proliferando últimamente por exigencias burocráticas de la Universidad son buena prueba de estas problemáticas del reconocimiento, de la apropiación y del no retorno. La crisis de la Universidad es tan sistémica y profunda como la de nuestra civilización, pero esto no es óbice para constatar que la retirada masiva de financiaciones a las Universidades y en general a la I+D+i constituye un auténtico suicidio nacional.

En la red EASA Media Anthropology Network, en la que estoy suscrito, se dio por ejemplo no hace mucho una cierta euforia tribal al corroborar que las prácticas emergentes en Internet permitían “considerar por fin a la antropología como una ciencia plena”. Las prácticas en la Red configuran un terreno perfectamente tangible y fácilmente apropiable de comportamientos que dejan su huella digital en datos y que permiten una adecuada modelización matemática y formal, lejos ya de toda la “literatura” y de las prácticas sociales en espacios reales con la que las ciencias humanas tienen que cargar desde su origen. Y es que una de las tareas del conocimiento académico consiste precisamente en la “modelización”, en la producción y reproducción de modelos teóricos que pasan por ser verdades de lo real o de lo social, pero que son más bien reflejos de los dispositivos de poder en el seno de las instituciones rectoras de la legitimación. La investigación académica no deja sin embargo de estar embarcada en un cuestionamiento profundo de sus propios dispositivos, y en la medida en que se relaciona más abiertamente con los usuarios de las redes se le impone una continua reconfiguración de sus modelos en base a la IAP (Investigación Acción Participativa).

La IAP lleva ya bastante tiempo desarrollando proyectos que se insertan en prácticas cognitivas no académicas, en las cuales los “actores” sociales ya no hacen un mero papel de “informantes”, de objetos sobre los que se aplica la investigación, sino que coproducen conocimiento con los propios investigadores, quienes por su parte aseguran el retorno de esa producción cognitiva a los sectores sociales implicados. En una línea similar de democratización del conocimiento trabaja la TAR (Teoría del Actor-Red), y al igual que la IAP sus procesos no solamente se producen en las redes telemáticas, sino también en entornos reales. Como explicaba su principal teórico, Bruno Latour, en el libro Reensamblar lo social, “ya no es suficiente limitar a los actores el rol de informantes que ofrecen casos de algunos tipos muy conocidos. Hay que restituirles la capacidad de crear sus propias teorías de lo que compone lo social. La tarea ya no es imponer algún orden, limitar la variedad de entidades aceptables, enseñar a los actores lo que son o agregar algo de reflexividad a su práctica ciega. De acuerdo con una consigna de la TAR, hay que “seguir a los actores mismos”, es decir, tratar de ponerse al día con sus innovaciones a menudo alocadas, para aprender de ellas en qué se ha convertido la existencia colectiva en manos de sus actores”[1]

En la cultura de la simulación o la sociedad del espectáculo, modelos y actores pertenecen por igual a los simulacros del show bussines, a los de las ciencias humanas y a aquellos que se constituyen en formas activas de la socialidad. Un modelo teórico o un actor social son coproductores de realidad en la misma medida que una star de cine y las modelos de moda. Lo que importa es la serie, la secuencia de modelos que se concatenan en el espectáculo social de los comportamientos, desde los modelos teóricos más o menos inconscientes hasta las actitudes dictadas por la “moda” y sus voceros. La cultura de la especulación teórica (la de las Academias occidentales) ha devenido por su parte cultura de la especulación financiera, especulación sobre la representación del valor (en consonancia con nuestra tradición cognitiva) donde nuestro futuro empieza a depender de abstracciones aberrantes que funcionan como “apuestas” y donde el valor financiero ha perdido ya completamente de vista su propio referente, convirtiéndose en modelo de comportamientos inconmensurables con todo valor social verificable. 

En toda la historia de Occidente es posible observar, por lo demás, que siempre el modelo, la idea o la representación han precedido de algún modo a lo real, configurándolo y construyéndolo como tal. Esta es la cesura iniciática establecida por Platón entre lo sensible y lo inteligible, la primacía metafísica del eidos (la Idea, la forma ideal) como modelo cognitivo, que inoculó en Occidente como un virus insondable el fundador de la Academia. Cuando un pintor del Renacimiento, por ejemplo, perfeccionaba la perspectiva y trataba de reproducir lo visible lo más fielmente posible, no estaba intentando “representar la realidad”, como reza cierta vulgata académica, sino más bien una supuesta Idea inmutable que produce lo visible, así como un modelo eterno de Belleza y de Verdad, según la herencia platónica dominante en la metafísica occidental (esencialista y dualista). Una herencia a la que por cierto adhieren plenamente la fabricación mediática y en serie de supuestas "verdades" de la ciencia, por mucho que disimulen su beatería. 

La nuestra es así una cultura de la especulación y de la representación, categoría esta última que está basada en cuatro elementos que aseguran la reproducción de su simulación generalizada: representación cognitiva, representación estética, representación comunicativa y representación política. Pues la “representación” jamás ha sido otra cosa que una simulación teatral de algo que se oculta, y estos cuatro elementos configuran las cuatro esquinas de lo que yo llamaría el cuadrilátero de la representación, ese escenario donde se disimulan las luchas y las decisiones reales en espectáculos de entretenimiento, donde se trueca la realidad social por los efectos especiales de sus simulaciones neutralizadoras. Este cuadrilátero de la representación (enmarcado por sus esquinas cognitiva, estética, comunicativa y política) es una de las estructuras más ocultas y arraigadas de nuestra cultura, uno de los dispositivos que más requieren de un desfondamiento real para la emergencia de las transformaciones sociales a que nos obliga esta crisis sistémica y civilizatoria que nos están imponiendo, como una serie de crochés de derecha directos a la mandíbula, la banda pugilística de especuladores y representantes. 


Esta fotografía pertenece a la obra de Olafur Eliasson, Innen Stadt Außen  (El centro al aire libre). El propio Eliasson escribía en su texto Los modelos son reales: “Anteriormente, los modelos estaban concebidos como estaciones racionalizadas en el camino de un objeto perfecto. Por ejemplo, una maqueta de una casa formaría parte de una secuencia temporal, como el refinamiento de la imagen de la casa, pero se consideraba que la casa verdadera y real era una consecuencia estática y final de la maqueta. De este modo, el modelo era simplemente una imagen, una representación de la realidad que no era real en sí misma. Estamos siendo testigos de un cambio en la relación tradicional entre realidad y representación. Ya no evolucionamos del modelo a la realidad, sino del modelo al modelo, al tiempo que reconocemos que, en realidad, ambos modelos son reales”[2].

En la cultura de la representación y la especulación que es la nuestra, el modelo ya no se refiere solamente a una realidad a la que se superpone como esquema de comprensión o proyecto constructivo, sino que opera además como una realidad paralela producida por la especulación generalizada y por los simulacros “representativos”, realidad que funciona “de modelo en modelo”, como por otra parte lo hace la creación teórica. (Esto se ve con claridad en la economía financiera y su diferencia y (des)conexión relativa con la economía real). “En consecuencia”, continúa Eliasson, en referencia a la práctica artística, “podemos trabajar de un modo muy productivo con la realidad experimentada como un conglomerado de modelos. Más que considerar el modelo y la realidad como modalidades polarizadas, ahora funcionan al mismo nivel. Los modelos han pasado a ser coproductores de realidad”. 

En este punto, Agustín García Calvo nos recordaría en el mentado artículo de El País: “He ahí lo más sencillo que tendríamos que haber descubierto: que la realidad no es todo lo que hay; que es una guerra o contradicción entre la pretensión de imposición de ideales o de un lenguaje matemático cerrado, y la resistencia siempre viva contra esa imposición; la de las cosas nunca del todo terminadas contra los números y el fin”. Ciertamente, por mucho que la Economía se nos quiera colar como una Ciencia, y toda ciencia nos venda sus modelos teóricos como verdades pragmáticas en el despliegue espectacular de su dispositivo mediático y tecnológico, los modelos económicos responden a posiciones políticas, a guerras de intereses en la “pretensión de imposición de ideales o de un lenguaje matemático cerrado”, y la esfera de los modelos financieros (que solamente “representan” un dinero que, por lo demás, no existe) funciona por su cuenta generando ficciones acumulativas que se proyectan sobre lo real para condicionarlo, fabricarlo y arruinarlo la mayoría de las veces.

Pero ahí está “la resistencia siempre viva contra esa imposición; la de las cosas nunca del todo terminadas contra los números y el fin”. Esa resistencia es la cultura que emerge contra los modelos instituidos, la que se convierte en laboratorio para experimentar por su cuenta sobre posibles modelos emergentes, para experimentar sin modelo y subvertir la representación y la especulación dominantes en nuestra cultura, en una construcción de lo real con las cosas nunca del todo terminadas ni sometidas a un cálculo o a un fin impuestos por modelos fiduciarios y apropiaciones sin retorno.



[1] Bruno Latour, Reensamblar lo social. Introducción a la teoría del actor-red. Ediciones Manantial, Buenos Aires, 2008.
 [2] Olafur Eliasson, Los modelos son reales, Gustavo Gili mínima, Barcelona, 2009.

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