lunes, 4 de junio de 2012

Cultura Emergente (I): definiciones.

Estamos enrolados en un proyecto, cuya convocatoria se lanza en las próximas horas, consistente en la generación colectiva de un nuevo centro cultural en Valencia, llamado La Calderería, y que hemos definido como un Laboratorio de cultura emergente y economía social.


Se nos pregunta entonces qué es eso de la "cultura emergente". El Diccionario indica que “emerger” quiere decir: brotar, salir a la superficie; algo que emerge, que nace, sale y tiene origen en otra cosa; aparecer en medio de algo. Estas sencillas definiciones esconden, sin embargo, alguna dificultad. 

La primera pregunta que quizás correspondería hacerse sería: ¿en medio de qué emergen estas nuevas formas culturales? La respuesta, a día de hoy, parece bastante clara: ni más ni menos que en plena crisis sistémica, en una radical transformación del paradigma cultural global en función de la estafa económica generalizada. De una cultura de la especulación y la representación (culmen del paradigma de la Modernidad Occidental, exportado e impuesto al resto del planeta en nombre de su supuesta universalidad civilizatoria) estamos viviendo la quebradura del modelo y la emergencia de otros paradigmas experimentales todavía en vías de formación (en ese contexto que se intenta captar como sociedad postindustrial, posmodernidad, sobremodernidad, sociedad de la información y/o de la comunicación, etc). El presente, como siempre, es lo más difícil de captar, pues es sí mismo la multiplicidad de lo emergente por definición. Pero captarlo y construirlo en su emergencia es precisamente la tarea que nos concierne culturalmente.

Interrogando de nuevo a la definición del diccionario, la pregunta siguiente sería: ¿en qué otra cosa tienen origen estas formas culturales emergentes? Para responderla, habría tal vez que constatar primero que resulta muy curioso que siempre que hablamos de “cultura emergente” se nos interrogue casi inmediatamente por el significado del adjetivo (emergente) pero que prácticamente nadie ponga en duda el peso mucho más significativo del nombre (cultura). Porque, ¿qué significa cultura? Si en el caso del adjetivo la definición resultaba relativamente sencilla, la definición del nombre “cultura” es mucho más problemática y compleja, con el agravante de que el propio adjetivo añadido la complejiza y problematiza todavía más (es una de sus funciones).

Néstor García Canclini levantaba acta en uno de sus libros[1] de que existen varios cientos de definiciones diversas de la cultura (en 1952 dos antropólogos, Alfred Kroeber y Clyde K. Klukhohn, recolectaron casi 300 maneras de definirla). La cultura extraviada en sus propias definiciones. García Canclini se plantea entonces el problema de cómo volver compatibles estas distintas narrativas, localiza las vertientes contemporáneas más relevantes y plantea una definición operativa: la cultura abarcaría el conjunto de los procesos sociales de significación, el conjunto de procesos sociales de producción, circulación y consumo de la significación en la vida social. Es en esta dimesionalidad semiótica y cognitiva de la cultura donde los análisis antropológicos necesitarían converger con los estudios sobre comunicación.

La cultura emergente de la actualidad atravesaría dos tipos principales y complementarios de prácticas: las nuevas prácticas de significación que emergen de los nuevos medios y tecnologías de información y comunicación, y los nuevos entornos “glocales” (de interacción de lo local y lo global) en que dichas prácticas se configuran localmente, en transformaciones específicas de lo local. 

El paradigma de la complejidad y de las “redes” de comunicación debe mucho, por su parte, a la nueva era científica dominada por la biología. La analogía de las Inteligencias Colectivas de la Red con el funcionamiento de las redes celulares o neuronales es conocida. La cultura de la modernidad se había caracterizado por una autonomización creciente de las esferas de conocimiento y de las prácticas disciplinarias, mientras que en la cultura emergente se observa una “nueva alianza” entre la ciencia y las humanidades (Prigogine y Stengers) y una tendencia a la comprensión de la complejidad de lo real como la multiplicidad de fenómenos emergentes que solamente pueden ser captados por una convergencia de prácticas diversas y un conocimiento transdisciplinar. 

En su libro Un Universo diferente. La reinvención de la física en la edad de la emergencia, Robert B. Laughlin escribía: "Hablar sobre la vida desde el punto de vista de la física es muy divertido, porque la vida es el caso de emergencia más extremo. De hecho, la noción de emergencia fue concebida por biólogos que buscaban la razón por la que ciertos aspectos de los organismos vivos surgen como fenómenos imprevisibles de autoorganización colectiva. En los fenómenos emergentes, de manera colectiva y espontánea, la materia adquiere una propiedad o una preferencia de organización completamente innovadora, que no es deducible de las leyes físicas de las que emerge el nuevo estado o fase"[2].

Pues precisamente lo que está en juego en la cultura emergente es eso: las nuevas formas de asociación, producción y circulación en torno a la cultura, los nuevos modelos operativos en que agentes sociales múltiples realizan un “reensamblaje de lo social” (Latour) en función de sus prácticas culturales convergentes, las formas innovadoras de autoorganización social que, de manera colectiva, experimentan nuevos modelos culturales que no podían ser presupuestos ni deducibles del anterior modelo impuesto por la modernidad.

Una de las prácticas más comunes de uso de los nuevos medios consiste en poner en Google una palabra o frase y buscar los nodos a donde nos conduce esa búsqueda semántica. He realizado esto mismo con “cultura emergente”, y lo que me ha aparecido en lugar relevante es lo siguiente:




Curiosa coincidencia con nuestro trabajo fílmico: la película que estamos terminando, Sol de Ampares, está precisamente rodada en Perú (en una pequeña población de Cuzco llamada Amparaes).

Y es que la cultura emergente tiene también otra comprensión posible: se trata de la “emergencia” en el sentido de una situación de catástrofe que requiere una acción colectiva coordinada y autoorganizada para afrontar la urgencia de un paradigma cultural (de hambre, de miseria, de exclusión y estafa generalizadas) que ya no puede servirnos de modelo.

Porque también a la cultura se le podría aplicar otra definición, por ejemplo la que Antonin Artaud expresó al principio de El teatro y su doble:

"Nunca, ahora que la vida sucumbe, se ha hablado tanto de civilización y de cultura. Y hay un raro paralelismo entre el hundimiento generalizado de la vida, base de la desmoralización actual, y la preocupación por una cultura que nunca coincidió con la vida, y que en verdad la tiraniza.
         Antes de seguir hablando de cultura señalo que el mundo tiene hambre, y no se preocupa por la cultura; y que sólo artificialmente pueden orientarse hacia la cultura pensamientos vueltos nada más que hacia el hambre". 


[1] Néstor García Canclini, Diferentes, desiguales y desconectados, Gedisa, México, 2002
[2] Robert B. Laughlin, Un Universo diferente. La reinvención de la física en la edad de la emergencia. Katz. Buenos Aires, 2007.

1 comentario:

  1. Todo esto está muy bien.
    Y ya que andamos con analogías con la física, resulta que nada puede emerger del fondo de un agujero negro, ni la luz, ni la más punzante definición de cultura.
    Apañados vamos.
    Salud.

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