Hemos asistido,
a partir de la generalización de la imagen digital, a la pérdida de centralidad
del cine en el universo múltiple de la imagen compleja. La nueva época de la
mutación digital hace que el cine y sus imágenes cambien de uso y de sentido y
estén inmersas en una red social de dispositivos tecnológicos donde el elemento
esencial ya no es tanto la contemplación sino la participación. Sin embargo, la
inercia industrial del cine, tal como se ha conocido en el siglo XX, lo
convierte todavía en un sector privativo y minoritario en el nivel productivo,
como si sólo una pequeña cofradía de expertos tuviera acceso a su realización
en un “mundo” paralelo de glamour y grandes presupuestos económicos y
simbólicos (ese mito del “mundo del cine”) totalmente desconectado de lo social
y de las dinámicas audiovisuales de la gente común.
Mientras el
cine dominante sigue instrumentalizando la experiencia fílmica como el reducido
ámbito de nuestra condición de espectadores
pasivos, el hecho social del cine ya no está constituido de manera
privilegiada por la reunión en una “sala” de proyección donde asistir a un
culto colectivo. Los modos de acceso a ese hecho cultural se están
transformando radicalmente, y la participación social tiende a hacer de ese
consumo de cine una cuestión personal en espacio-tiempos cada vez más diversos.
Del mismo modo, la participación en el nivel creativo de lo cinematográfico
está empezando a emerger de diversas formas. La creación fílmica ya no es un
universo cerrado necesitado de grandes capitales para su producción, sino que
depende en último término de una verdadera capacidad de innovación en la fabricación de un mundo sensible que construye
su propia forma de inteligibilidad, pues no otra cosa es un film o un
artefacto audiovisual.
Primeras
aproximaciones a las prácticas del Cine Abierto.
A partir de la
constatación de estas evidencias simples, la idea matriz del Cine Abierto
consiste, en primer lugar, en encontrar los medios para “abrir” el cine (en tanto que cultura narrativa de fabricación de
mundos sensibles y dispositivo de creación de sentido) a las prácticas
audiovisuales cotidianas de la gente común y sus procesos sociales. Por otra
parte, pretendemos recoger las prácticas minoritarias de un cinematógrafo que
no ha dejado de configurarse, a lo largo de su historia y en oposición
sostenida al cine dominante, como un instrumento
de conocimiento capaz de realizar una analítica y un diagnóstico sobre los
dispositivos existentes, no solamente del propio dispositivo-cine sino de los
dispositivos perceptivos, sociales, narrativos, burocráticos, de comunicación,
etc.
Desde esta
perspectiva, el Cine Abierto no puede pensar a la ligera en una supuesta
“democratización” de los medios a partir de la tecnología digital. Los modos de
la “participación” controlada por los
dispositivos disponibles no asegura ninguna reapropiación efectiva de las posibilidades
de experiencia ni de la potencia expresiva de mundos sensibles que contiene el
cinematógrafo. Los dispositivos digitales son antes que nada productos de una
inmensa operación de homogeneización del mundo desarrollada por grandes
compañías comerciales, y lo único que aseguran son unos modos específicos de subjetivación y unas prácticas generalizadas
de control, tanto de los cuerpos (lo sensible) como de los significados (lo
inteligible). Toda una biopolítica y una semiotización generalizadas están aquí
en juego. Esos dispositivos vienen determinados drásticamente por unas condiciones de uso muy específicas y por
una semiotización que impone sus propios sistemas de referencia en el ámbito
reducido de una experiencia completamente predeterminada, banalizada y homogeneizada
a nivel global.
El Cine
Abierto se propone indagar cinematográficamente en los nuevos modos de
participación social, pero sin perder lo cinematográfico como universo de
referencia múltiple, pues entendemos que el cinematógrafo (en tanto que escritura y pensamiento, en oposición al cine-espectáculo dominante) se ha constituido históricamente como el lugar de “reflexión”
de la imagen, el momento de articulación de las posibilidades formales,
expresivas y de experiencia de todo el dispositivo audiovisual. Entendemos el
cinematógrafo como ese “instrumento de pensamiento” capaz de investigar las
potencias de la imagen como “forma que piensa” (Godard), de explorar las
componentes sonoras y visuales en su máxima potencia expresiva en relación con
el pensamiento, la experiencia sensible y las formas de la significación.
Para el Cine
Abierto, entonces, esto implica en primer lugar dejar de considerar una
película o un artefacto audiovisual como un objeto de consumo para
transformarlo en un proceso social de
implicación y transformación. Lo que entendemos por un proceso socio-cinematográfico incluye, de este modo, la conversión
de los modos de “participación” controlados por los dispositivos digitales en
una implicación social ampliada, capaz
de transformar el uso y el sentido de los propios dispositivos.
Nuestra
investigación se desarrolla, por lo tanto, en torno a las posibilidades
pragmáticas de reconversión de la inmersión social audiovisual generalizada de
la era digital en una renovación de su uso y su sentido con horizontes
creativos propios de lo cinematográfico.
¿Qué es un dispositivo?
La llamada “democratización
técnica” ocasionada por la cultura digital es profundamente engañosa. Ningún
dispositivo es inocente. Hay que llegar a hacer percibir las dimensiones múltiples implicadas en los
dispositivos digitales, que rebasan con mucho su mera instrumentalidad técnica.
Todo
dispositivo es ciertamente una cuestión de técnica, y por tanto de
instrumentalidad, pero también es, como nos enseñó a ver Michel Foucault, un
haz de relaciones que configuran toda una “tecnología política” de producción
de subjetividades y de fabricación de objetos de conocimiento (es decir de
“objetividad”). La noción de “dispositivo” fue introducida por los estudios
genealógicos y la arqueología del saber occidental desarrollados por Michel
Foucault, sin llegar a sistematizarla nunca. Giorgio Agamben y Gilles Deleuze
después de él realizaron esta tarea de sistematización en sendos artículos
titulados, precisamente, ¿qué es un
dispositivo?
En su
artículo, Agamben empieza certificando que la palabra “dispositivo” es un
término técnico decisivo en la estrategia
de pensamiento de Foucault, quien propiamente nunca dio una definición
estricta del mismo, dejando dispersas las pistas entre sus escritos y
entrevistas. Agamben trata de reconstruir entonces dichas pistas dispersas.
Para ello realiza también un recurso al diccionario de la lengua francesa, en busca
del empleo “común” del término. Y lo que allí encuentra es lo siguiente:
1. Un sentido jurídico en
sentido estricto: “el dispositivo es la parte de
un juicio que contiene la decisión por oposición a los motivos”. Es decir, la
parte de la sentencia (o de una ley) que decide y dispone.
2. Un sentido tecnológico: “la manera en que se disponen las piezas de una máquina o de un
mecanismo y, por extensión, el mecanismo mismo”.
3. Un sentido militar: “el conjunto de los medios dispuestos conforme a un plan”.
De esta
constatación del uso común del término dispositivo inscrito en los diccionarios
franceses, Agamben deriva una relación directa con la estrategia del
pensamiento de Foucault y con el uso que éste hace del mismo, refiriéndolo a
“una serie de prácticas y de mecanismos (conjuntamente lingüísticos y no
lingüísticos, jurídicos, técnicos y militares) con el objetivo de hacer frente
a una urgencia y de conseguir un efecto”. Agamben resumirá el uso del término
“dispositivo” en el pensamiento de Foucault, brevemente, en tres puntos:
1. Es un conjunto heterogéneo,
que incluye virtualmente cualquier cosa, lo lingüístico y lo no lingüístico, al
mismo título: discursos, instituciones, edificios, leyes, medidas de policía,
proposiciones filosóficas, etc. El dispositivo en sí mismo es la red que se
establece entre estos elementos.
2. El dispositivo siempre tiene
una función estratégica concreta y siempre se inscribe en una relación de
poder.
3.
Es algo general, un réseau, una “red”, porque incluye en sí
la episteme, que es, para Foucault,
aquello que en determinada sociedad permite distinguir lo que es aceptado como
un enunciado científico de lo que no es científico.
Por su parte,
Gilles Deleuze, en su artículo del mismo título, desarrolla otras implicaciones
de qué es un dispositivo, que no
dejan de converger y de resonar con las de Agamben. Para Deleuze, un
dispositivo es ante todo “una especie de ovillo o madeja, un conjunto
multilineal”. En otras palabras, una red.
¿Pero cuáles son las líneas principales de esa red o haz de “líneas de
diferente naturaleza”? “Las dos primeras dimensiones del dispositivo, o las que
Foucault distingue en primer lugar, son curvas de visibilidad y curvas de
enunciación”, nos dice Deleuze. En su primera dimensión, la más evidente, los
dispositivos son “máquinas para hacer ver
y para hacer hablar”. Cada dispositivo pone en juego un determinado
“régimen de visibilidad” que se cruza de diversas formas con un “régimen de
enunciación”. Podemos percibir claramente aquí la implicación de los
dispositivos audiovisuales y la producción de conocimiento que ponen en juego.
En Foucault, por ejemplo, se desarrolló toda una analítica de la “arquitectura
del poder” a través de, entre otros, el “dispositivo prisión” como “máquina
óptica para ver sin ser visto”, y como régimen enunciativo para producir
conocimiento en función de esa asimetría de percepción.
“En tercer
lugar”, continúa Deleuze, “un dispositivo implica líneas de fuerzas”. Se trata,
efectivamente, de la dimensión del poder.
El poder vendría a ser la tercera dimensión implicada en todo dispositivo.
Deleuze dice que se trata de una “dimensión del espacio interno del dispositivo,
espacio variable con los dispositivos considerados. Esta dimensión se compone,
como el poder mismo, con el saber”.
Después de establecer un régimen de visibilidad y otro de enunciación, por
tanto, los dispositivos se entreveran en un haz de relaciones de saber-poder. Como dice Deleuze, estas relaciones
“rectifican de alguna manera las curvas anteriores, trazan tangentes, envuelven
los trayectos de una línea a otra, operan idas y venidas, desde el ver al decir
e inversamente”.
“Por fin
Foucault descubre las líneas de subjetivación”, nos dice entonces Deleuze.
“Esta nueva dimensión suscitó ya tantos malentendidos que dio trabajo precisar
sus condiciones”. Sin duda, esta noción
de líneas de subjetivación está
sujeta a múltiples malentendidos, lo que certifica su decisiva importancia.
Para precisar sus condiciones nos quedaremos con algunos apuntes muy breves de
Deleuze:
-“Una línea de
subjetivación es un proceso, es la
producción de subjetividad de un dispositivo”.
-Existe “toda
una tipología de las formaciones subjetivas en los dispositivos móviles. Y por
todas partes hay marañas que es necesario desentrañar: producciones de
subjetividad que se escapan de los poderes y de los saberes de un dispositivo
para colocarse en los poderes y los saberes de otro, en otras formas por
nacer”.
-“Todo
dispositivo se define por su tenor de novedad y creatividad, el cual marca al
mismo tiempo su capacidad de transformarse o de fisurarse, en provecho de un
dispositivo futuro”.
-Hay que
discernir, pues, en cada dispositivo, “sus líneas de fisura y de fractura”. Y
precisamente “las líneas de subjetivación indican las fisuras y las fracturas”
de los dispositivos.
El
dispositivo fílmico contemporáneo y el trabajo del Cine Abierto.
Ningún
dispositivo es inocente. El dispositivo cinematográfico se está transformando
profundamente, pero ante todo en su dimensión meramente técnica. ¿Qué ocurre
entonces con el resto de dimensiones? ¿Qué ocurre con la Institución-Cine en su
conjunto?
Un siglo de
cine ha educado de forma radical nuestra mirada y nuestra capacidad de escucha
con unas formas de semiotización de lo real muy determinadas (un régimen de
visibilidad y un régimen de enunciación dominados por el paradigma
hollywoodiense, que ha impuesto al resto del mundo sus relaciones específicas
de saber-poder y sus producciones de subjetividad). Se habla inocentemente del
cine como de “una fábrica de sueños”, pero debería tal vez advertirse que esa
fábrica se ha configurado como una verdadera producción en serie de subjetividades,
de afectos y de formas perceptivas. El paradigma perceptivo y productivo de lo
real dominante en el cine contemporáneo sigue siendo la forma de narratividad
inaugurada por Griffith en 1915. ¿Estaremos asistiendo una y otra vez, en
sesión continua, al Nacimiento de una
nación?
Aunque
precisamente los estados-nación hayan entrado en declive y sean los “mercados”
los nuevos legisladores de las relaciones humanas, planea sobre nosotros una
especie de fantasma de la gran forma
cinematográfica asociada a los modos de representación y narratividad de
Hollywood, una forma perfectamente adecuada a esos mismos mercados, a su temporalidad y sus velocidades. En esta forma fílmica
fantasmática comparecen unos extraños médiums
llamados actores o incluso “estrellas”, que al parecer se muestran capaces
de embrujar nuestra percepción y de mediatizar completamente, como auténticos
chamanes de la estupidez y la banalidad, nuestra relación con ese mítico cielo
del imaginario colectivo.
Ningún
dispositivo es inocente: las alfombras rojas y las lamentables ceremonias de
los Óscars y los Goya son dispositivos hábilmente dispuestos por la
Institución-Cine para garantizar su autonomía y sus privilegios culturales y
económicos. Agenciados a las otras formas del espectáculo generalizado, este tipo de dispositivos constituyen un entramado de instrumentos estrictos de control social, de formateado de la
experiencia y de producción masiva de una
forma específica de subjetividad, perfectamente adecuada a la mercantilización de todos
los cuerpos existentes y de todas las disposiciones existenciales.
Escribía
Foucault en Vigilar y castigar:
“Mientras los establecimientos de disciplina se multiplican, sus mecanismos tienen
cierta tendencia a desinstitucionalizarse, a salir de las fortalezas cerradas
en que funcionaban y a circular en estado `libre´; las disciplinas masivas y
compactas se descomponen en procedimientos flexibles de control que se pueden
transferir y adaptar”.
Esos “procedimientos
flexibles de control que se pueden transferir y adaptar” no son otra cosa que
los dispositivos. Mientras a nuestro
alrededor las instituciones sociales se desvanecen de forma generalizada, los
dispositivos circulan libremente, en todas direcciones, asegurando su poder y
su control. La Institución-Cine se derrumba como lo hace la sanidad o la
educación públicas, pero los dispositivos de semiotización fílmica, de
medicalización generalizada o de disciplina cultural circulan más que nunca a
través de los medios de comunicación digitales de última generación, personalizados e inteligentes. Un smart-phone tiene una serie de usos
perfectamente codificados y unas “aplicaciones” extraordinariamente eficaces
para producir sujetos, en el doble
sentido de una forma de subjetivación y de una forma de sujeción semiótica. Mientras por una parte un dispositivo como el smart-phone nos proporciona una autonomía productiva realmente apreciable, no hay que pasar por alto que constituye también una forma extraordinariamente eficaz de neutralización de las posibilidades de experiencia, de control semiótico y de homogeneización estricta de la diversidad de la sensibilidad.
¿Qué es lo que
instrumentaliza en realidad el dispositivo cinematográfico? Además de lo que hemos aprendido de Foucault, Agamben y Deleuze en relación a los dispositivos, entendemos que todo dispositivo
implica, en relación a sus formas de uso, una dimensión jurídica y semiótica (condiciones
de uso), una dimensión política (posibilidades de uso), una dimensión económica (formas de distribución y reparto del uso), así como
dimensiones afectivas y perceptivas (momentos de la efectividad
sensible del uso del dispositivo). Y es precisamente en esas dimensiones de uso del dispositivo-audiovisual donde el cine Abierto
desarrolla buena parte de sus indagaciones (teóricas y prácticas).
Como en todos
los procesos contemporáneos de innovación social, estas transformaciones
tienden a hacer de la “participación” ciudadana una de las claves axiales de las transformaciones en curso. Ahora bien, es necesario en primer lugar
acceder a los medios para desmontar
los dispositivos, para hacer variar sus condiciones y posibilidades de uso,
para romper su operatividad instrumentalizada de control biopolítico y semiótico
y fabricar en esa transformación nuevas posibilidades existenciales.
Hasta que
alguien no sabe “programar” o no sabe desmontar un PC y recomponerlo a partir
de sus piezas no sabe realmente nada de “informática”. La cuestión estética
está en la era digital directamente ligada a la deconstrucción de los dispositivos, no solamente de las categorías
de pensamiento que les dan consistencia semiótica sino también en las formas de su operatividad. No por nada los dispositivos
Mac no se pueden desmontar ni recomponer a partir de sus piezas. Cine Abierto
significa también el proceso de abrir
los dispositivos fílmicos, la práctica de desmontar sus piezas y sus dimensiones
para habilitar con ello posibilidades nuevas de uso y nuevas formas de creación
de sentido. Abrir, igualmente, la Institución-Cine y transformar su
configuración social y de experiencia en esa apertura.
Las tecnologías de la imagen se
generan en la actualidad en instituciones de investigación ajenas al cine y al
arte en general. Todos los desarrollos en óptica, en tecnologías de la visión y
de la percepción están asociadas, y de modo directo, a la tecnología militar,
médica o científica en general. La misión del cinematógrafo o del arte
contemporáneo consiste, como dice Giorgio Agamben, en “renovar el uso y el
sentido” de dichas técnicas
perceptivas y de manipulación de las imágenes. Todo en nuestro mundo bascula en
torno a la concepción y la práctica de las “imágenes”, el territorio exclusivo
del arte durante muchos siglos, pero que ahora es el lugar de convergencia de
todo el conocimiento. Como escribiera
Paul Valéry en sus Cuadernos, después de mantener una larga conversación
con Einstein: “Todos los progresos de la física convergen hacia un problema
ineluctable que es el de las percepciones y las imágenes”.
Y el
cinematógrafo es para el Cine Abierto, ante todo, un instrumento de conocimiento, un lugar de convergencia del conocimiento sobre las imágenes, sobre las percepciones, sobre la velocidad y sobre las formas de la temporalidad. En ese sentido, creemos que la
tendencia más fructífera del cine, paralela en esto a la del arte
contemporáneo, va en la dirección de una transformación del “objeto” (película)
en un proceso cinematográfico de creación colectiva y transformación
social, lo que Gerardo Tudurí ha llamado “procesos socio-cinematográficos”.
En estos
procesos, la dimensión pedagógica o educativa constituye un elemento decisivo. El Cine Abierto
pretende desarrollar su investigación sobre esa “pedagogía de la percepción”
(Deleuze) que es de por sí el cine, a través de la producción de procesos
socio-cinematográficos y de películas con una dimensión específicamente
pedagógica, pues se trata de un proceso de investigación tanto como de
producción. Ahora bien, la investigación no ocurre después
de la educación, ni en la ciencia, ni el cine, ni en ninguna parte. Se trata de
procesos perfectamente contemporáneos, paralelos e incluyentes. La creación no
viene después del saber técnico sino que el descubrimiento de la técnica debe
ser un acto creativo en sí mismo. El arte (o el cine) no viene después de la
“educación artística” sino que ambos se dan en la posibilidad de participación
en la nueva obra, que es a la vez una educación y un acto creativo. Pero esa
participación, una vez más, no es nada si no instituye procesos de implicación
y transformación, es decir un cierto sentido de las pedagogías colectivas.
Los actores
sociales mayoritarios sólo viven el hecho cinematográfico en el sentido
mimético de las actitudes que los “actores” de cine les transmiten, actitudes
inmersas en un medio de creación de sentido cuyas claves semióticas se les
escapan completamente. La “gente común” sólo puede “pensar” el cine como un
universo de plusvalía simbólica al que puede acceder como “actor” mimético que
representa papeles que le otorgan otros, pero no como “creador” de esos papeles
y de los medios que generan el sentido de la actuación y de las imágenes puestas
a circular. Esa situación sólo es transformable a pequeña escala, en función de
procesos muy determinados de co-creación, sea ésta artística o cinematográfica.
Encontrar instrumentos eficaces de conversión de la mera participación en
implicación real en los procesos de producción cinematográficos se revela así
como un elemento clave para cualquier transformación real del uso y el sentido sociales del cinematógrafo.
En este
sentido nos parecen fundamentales los trabajos de Reinaldo Laddaga y su
establecimiento de un nuevo “paradigma práctico del arte” involucrado íntimamente en procesos sociales de transformación. En un próximo post
desarrollaremos las implicaciones de nuestro trabajo con la elaboración teórica
de Reinaldo Laddaga y su decisivo libro Estética de la
emergencia, así como con los casos prácticos que éste examina a partir de una transformación generalizada observable en ciertas prácticas artísticas. De momento terminamos certificando que esta
idea de convertir el objeto artístico en “proceso”, en cualquier caso, no es ni
mucho menos nueva. Ahí está John Cage, que la introdujo en la música y dio paso
al nacimiento de los happenings, o el trabajo de Joseph Beuys y la
dimensión artística de la vida y de los no-artistas (“todo el mundo es
artista”), que contribuyó decisivamente a generar el universo de las performances.
Algo más lejos están las vanguardias de los años veinte y estas palabras de
Paul Valéry (1922): “Llevar el arte que ponemos en la obra a la fabricación de
la obra. Considerar la composición misma como lo principal, o tratarla como
obra, como danza, como esgrima, como construcción de actos y de esperas”.
Querido Miguel Ángel: Cuando te refieres al poder lo haces en singular. Sin embargo, en correspondencia con el hecho de que nos encontramos en un momento histórico de tránsito entre una época que acaba (la de la Revolución Industrial) y otra que emerge (la que de manera -seguramente provisional- se viene denominando post-industrial), se está produciendo también un recambio en las instancias del poder, lo que recomienda utilizar el término poder en plural: “poderes”, para no perder de vista la complejidad de la situación, y la diversidad de dispositivos que se están formulando.
ResponderEliminarUn ejemplo de la pluralidad de poderes, en este momento de tránsito histórico, nos lo da la disputa sobre los derechos de autor en la distribución y uso de material videográfico y musical en internet. Sabemos de los esfuerzos de la vieja industria del espectáculo (Hollywood, la industria discográfica, etc.) por mantener sus ingresos, en el escenario actual en el que los consumidores prefieren bajar música y cine de la red, sin pagar por un CD o un DVD en una tienda. Lo que no se sabía hasta hace poco tiempo es de la oposición de dos grandes corporaciones como Microsoft y Movistar (por dar dos nombres), respecto de las medidas del Congreso de EEUU para perseguir y castigar esas prácticas de los usuarios. El motivo es que con la persecución de esas prácticas los usuarios, como no pueden bajar música y cine de la red, cambian sus contratos con la compañía telefónica y reducen el número de megas por segundo de disponibilidad en la red y pagan menos. El fenómeno termina afectando a todas las empresas oferentes de servicios y aplicaciones para la red. Los efectos ya se han podido ver en Francia, en donde la presión del Gobierno de Barack Obama, actuando de representante de la industria del espectáculo californiana (que contribuye generosamente a sus campañas electorales), ejercida sobre el Ministro correspondiente (el equivalente a nuestra Linde), adoptó medidas de persecución y castigo de las bajadas gratuitas en internet de productos audiovisuales y ya hay expertos que apuntan a que Francia puede sufrir un retardo en su desarrollo tecnológico, a consecuencia de los efectos en el funcionamiento de la red de esas prácticas gubernamentales.
Las corporaciones enfrentadas ya tienen nombres, y darse cuenta de la existencia de esa pluralidad de poderes en pugna tiene una gran relevancia en relación con la identificación de dispositivos. En particular, por lo que se refiere a la identificación de los dispositivos que está definiendo el nuevo poder o poderes emergentes (ese entrecruzamiento de líneas de visibilidad, enunciación y fuerza).
Se trata de grupos sociales que quieren protagonizar la Historia, objetivo para el que se sienten especialmente legitimados porque estarían planteando una nueva forma de organizar los medios de producción, tanto humanos como materiales, organizativos, de conocimiento y de fuentes de financiación, que consideran mejor desde el nuevo orden de valores que están enunciando en el contexto de los nuevos dispositivos. El anuncio de televisión en el que los clientes de una compañía telefónica deciden en asamblea los servicios y las tarifas que la compañía les tiene que proporcionar, sería un buen ejemplo de ese enunciado de valores que forma parte del nuevo dispositivo de saber-poder (incluso se podría decir que constituye el episteme de la nueva época: el paradigma de la participación). En ese contexto la cuestión no es tanto si las subjetividades que se están conformando, y homogeneizando simultáneamente, están más o menos estandarizadas, sino antes al contrario, si queda espacio para la estandarización de una subjetividad para la resistencia, como en la época de la Sociedad Industrial emergió la identidad del “trabajador”. Porque el ecosistema humano necesita de esas dualidades, o mejor multilateralidad (en correspondencia con la nueva estructura social que se vislumbra). La teoría queer camina en esa dirección.