sábado, 16 de febrero de 2013

Sol de Amparaes, una carta de amor. Por Eugen Ehrlich



El jueves pasado (14 de febrero de 2013) tuvimos oportunidad de ver la película “Sol de Amparaes” de Miguel Angel Baixauli, en un pase dirigido especialmente a quienes participaron en el crowdfunding para su producción.
En un comentario de urgencia destacaría en primer lugar las palabras del propio Miguel Angel Baixauli, en el sentido de que el proyecto del que la película forma parte empieza ahora su andadura colectiva, implicando de entrada a los propios asistentes a la proyección, que quedan desde este momento en una actitud expectante, a la espera de conocer la recepción que la película tendrá en sus destinarias, las mujeres de Amparaes que la protagonizan.
Por lo demás, la película es una sentida carta de amor a Femia y su mundo. Un mundo que se muestra de una manera directa. Evitando que se pueda interponer cualquier filtro cultural que nos predisponga de una manera u otra. Por ejemplo, evitando o posponiendo información que haga referencia directa a su estatus o condición en la comunidad, facilitando que emerja la persona sin el enmascaramiento de su representatividad. El resultado es una película de un profundo contenido etnográfico que en ningún momento ofrece la impresión de que se trate de un relato de vidas de “indígenas”.


En ese sentido hay que decir que el film no es nada normativo, porque ni crea ni refuerza categoría prexistentes, sino que dota al espectador de una enorme libertad para que pueda disfrutar la película y, en su caso ―si así lo desea― sacar sus propias conclusiones. Todo el trabajo teórico que hay detrás de esta película del que este blog es un buen ejemplo, tenía que dar sus frutos, que se hacen patentes en el vaciado del film de toda retórica normativa. La aproximación a las personas protagonistas es tan directa, que habría que decir, parafraseando el comentario sobado de la crítica cinematográfica “la cámara se enamora de ella”, que en este caso es la mirada del propio Miguel Angel Baixauli la que se enamora de Femia y su mundo, directamente sin intermediación, a lo que contribuye notablemente la ausencia casi total de dispositivo técnico.
La materia de la película es el amor. Ya lo he dicho. Pero hay que insistir en ello porque ya se ha convertido en una constante de la filmografía de Miguel Angel Baixauli y no podemos eludir la cuestión. Ya se veía en el anterior largometraje “Temps d’Aigua” (2009), su propensión a poner el testimonio personal de amor hacia los retratados en el primer plano del relato cinematográfico, y aquí ahora se repite acrecentado. Dice Jean-Marie Straub en el magnífico film de Pedro Costa “¿Dónde yace tu sonrisa escondida?” que una película tiene que ser siempre más grande que la anterior, en presupuesto, en recursos técnicos puestos a disposición de la producción del film, etc., “sino no eres nadie en el mundo del cine”. Pues bien, hay otra forma de crecer, como es la cantidad de amor puesto en juego en la realización de una película, que en este caso conmueve todo nuestro interior.

Por parte de algunos se ha planteado si la película podrá ser comprendida por aquellas a las que va dirigida, con referencias en concreto a un pasaje de la película con voz en off, en el que Miguel Angel Baixauli pronuncia unas bellísimas palabras calificadas por algunos como excesivamente teóricas y cargadas de referencias a marcos filosóficos en boga en Occidente. Para abordar esta cuestión vamos a pasar por alto ―y es mucho obviar―, los prejuicios subyacentes en un planteamiento de ese orden. Porque la misma cuestión se podría plantear en relación con los más inmediatos, con los que tenemos a nuestro alrededor, incluso en relación con uno mismo, y a la vista de la contestación reflexionar sobre qué valores priman en la percepción de la realidad que practica cada cual. Pero el caso es, que la cuestión se ha planteado en relación con “el otro”. A este respecto hay que decir que el texto recitado en off tiene un componente poético considerable, por lo que su comprensión o no es un tema que debe plantearse en un plano que no es el de la escueta racionalidad, sino que debe abrirse a su sonoridad y en su relación con las imágenes. Estoy haciendo referencia a la vibración en nuestro interior, y ahí la cuestión no es la de su comprensión o no, sino la de sentirlo o no, y esta es una cuestión que atañe a la materia de la que está hecho cada uno. La película hace gala en este punto de una alta intensidad emocional.

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