En estos momentos estamos
desarrollando un segundo seminario en la Facultad de Bellas Artes de Valencia,
titulado esta vez “Una arqueología posible del cine contemporáneo”. Este nuevo seminario (que profundiza la línea teórica del anterior y responde a
ciertas demandas del alumnado) se propone una arqueología “posible” al poner en relación mi propio trabajo fílmico y teórico con algunas
de las líneas de influencia mayores en
la historia del cinematógrafo, así como la elaboración de un diagnóstico sobre el presente del dispositivo fílmico y sus nuevos procedimientos. En la línea abierta por J.L. Godard en su Introducción a una verdadera historia del
cine, las imágenes de los otros nos sirven de este modo para dar un
contexto, una historicidad y un nuevo sentido a las propias, lo que nos permitirá
a su vez plantear a lo largo del curso una especie de “arqueología del
presente” a la manera de Michel Foucault: una indagación genealógica de ciertas
prácticas cinematográficas y de los conceptos y problemáticas que las
acompañan.
Una primera función operativa de
este blog va a ser la de trascribir en primer lugar mis apuntes de alguna de
las clases de este segundo seminario, para facilitar el acceso a los contenidos a los ausentes en
las mismas, y posteriormente desarrollaremos y sistematizaremos conclusiones
tanto de este curso como del anterior.
1. Puntos de partida.
En la primera clase del pasado miércoles
planteamos varias hipótesis:
-El cine contemporáneo ha
cambiado de naturaleza con respecto al del siglo anterior: los medios
digitales, los procesos financieros y tecnológicos, la velocidad informativa y de movilidad de personas,
bienes y servicios así como el cambio paradigmático en el “régimen artístico” (ver Reinaldo Laddaga
y su imprescindible libro Estética de la
emergencia) colocan al cinematógrafo ante una situación radicalmente
diversa de la que había vivido en el siglo XX.
-De alguna manera, el cine
contemporáneo nace de la “muerte” de la imagen analógica y está en una situación
social y productiva que le remite directamente a los orígenes del
cinematógrafo. El cine actual más
necesario e interesante se relaciona directamente con el cine “primitivo”, en
el sentido de que liquida las convenciones dominantes de un siglo de cine desde
una actitud de escritura inicial, y bebe directamente de aquello que pervive de
la modernidad cinematográfica europea y de los llamados “cines periféricos”.
-La importancia de estos llamados
“cines periféricos” es absolutamente crucial en la actualidad. La
mundialización ha conllevado también el acceso a un cine no occidental que ha
revolucionado sustancialmente la “gramática” fílmica, los códigos, los temas,
las formas productivas y las convenciones expresivas del cinematógrafo. Y este
proceso es irreversible.
-Existe sin embargo un paradigma dominante de escritura
cinematográfica que se instauró a través del Cine Clásico de Hollywood pero que
nace directamente del trabajo de D.W. Griffith, a partir de su película El nacimiento de una nación (1915), y
que desde entonces es la forma casi exclusiva (la Monoforma, que dice Peter
Watkins) en que se realiza y se comprende el cine de manera mayoritaria, y esto
hasta el día de hoy.
Hasta aquí las hipótesis de
partida.
Nosotros entendemos el
cinematógrafo (en contraste con el cine convencional) como función de pensamiento: una función óptica y sonora que puede
constituir un momento en cualquier
tipo de producción audiovisual contemporánea. De los revolucionarios
trabajos de Deleuze sobre el cine, en los años ochenta del pasado siglo, se
articula toda una comprensión del cine como un dispositivo “capaz de reproducir
los mecanismos del pensamiento”. Los trabajos de Deleuze han sido los más
influyentes en la teoría del cine desde su aparición, pero sigue siendo
problemática esta forma de abordar lo cinematográfico, y sobre todo sus
implicaciones.
En este debate del pensamiento
que se dirime en el
cinematógrafo, nosotros apostamos por él considerándolo como un
tipo de saber no-académico, un medio de
conocimiento directamente expuesto a
lo real y productor masivo de realidad. La experiencia cinematográfica
es ante todo la de un aprendizaje
de la mirada y de la escucha, allí donde se vuelven indiscernibles la ficción y el
documental, lo inteligible y lo sensible, incluso “lo real y lo imaginario”
según Deleuze.
Consideramos el cine como lo han
hecho algunos de los cineastas más decisivos:
“Cinematógrafo: nueva forma de escribir, y por lo tanto de sentir” (Robert Bresson)
“Una forma que piensa”, un “instrumento de pensamiento" que "está hecho para pensar lo impensado” (J.L. Godard)
“No un pensamiento hecho, sino un pensamiento que se hace” (Michelanchelo Antonioni)
“El momento escrito de la realidad” (P.P. Pasolini)
“Cinematógrafo: nueva forma de escribir, y por lo tanto de sentir” (Robert Bresson)
“Una forma que piensa”, un “instrumento de pensamiento" que "está hecho para pensar lo impensado” (J.L. Godard)
“No un pensamiento hecho, sino un pensamiento que se hace” (Michelanchelo Antonioni)
“El momento escrito de la realidad” (P.P. Pasolini)
2. La forma dominante del cine o “el nacimiento de una dominación” (semiótica).
En 1915, D.W, Griffith produce y
dirige El nacimiento de una nación,
una de las películas más caras de la historia del cine, y en la cual se narran algunos
episodios de la guerra de secesión norteamericana desde una óptica
eminentemente sudista, además de elaborar una épica fílmica del nacimiento del
Ku Klux Klan y sus blancos héroes redentores de una nación naciente, amenazada según el cineasta sudista por los
derechos adquiridos de una población de raza negra recién emancipada del régimen de la esclavitud (al menos formalmente, accediendo al estuto de ciudadanía reconocida) . En pocas palabras, eso que algunos llaman “una
obra maestra”.
Y es que en esta película Griffith
“inventó” dos figuras formales que serían decisivas para el devenir de todo
cine posterior: el montaje alternado paralelo y los primeros planos. Además de
sistematizar todos los recursos formales del cine de la época en una película
que hace apología del racismo, Griffith traza el esquema elemental de la
narración dominante del cine del siglo XX al establecer ese “ritmo” fundamental
de alternancia dinámica de personajes y líneas narrativas que se oponen y
convergen en momentos climáticos, dentro de una trama paroxística de lo que
Deleuze llamaba la imagen-acción.
Decía Godard que la invención del
primer plano en el cine remite directamente a los rostros grabados en las monedas
de dólar, o sea al dinero que impregna al negocio del espectáculo fílmico y a
la valorización de sus protagonistas como stars,
estrellas divinizadas de un universo abyecto de pura mercancía. En cualquier
caso, lo que la aparición del primer plano implica en los recursos cinematográficos
de expresión es la formalización de un sistema de correspondencias entre las dimensiones
relativas de todo el espectro de planos (general, medio, etc), así como la fragmentación de cada secuencia en
planos diversos que “progresan” junto a la narración y que guardan una relación
“orgánica” con el conjunto del film. Es lo que Deleuze llamaba la “representación
orgánica” del cinematógrafo.
En este esquema de la “imagen-acción”
Deleuze detecta la forma propiamente representativa
de concebir el cine, sometido en su sistema formal a una “representación
indirecta del tiempo” (la imagen-movimiento, cuyas implicaciones desarrolla en el
primero de los dos libros que Deleuze dedicó a la imagen). Esta “representación”
se basa en:
-la continuidad de acciones y
reacciones de los personajes, tanto en su aspecto formal (raccords de continuidad espacio-temporal) como narrativo (la
supeditación de todos los elementos del film a la “historia” que se quiere
contar, a la progresión lineal de una “trama” que homogeniza la percepción al
privilegiar la continuidad del espacio y la linealidad del tiempo).
-la convergencia de las líneas de
acción, que están siempre en relación de oposición y conflicto en una
alternancia rítmica que las hace converger de manera preestablecida. Se
determina así la alternancia de momentos “fuertes” y tiempos muertos como la
fundamentación del ritmo fílmico supeditados a una continuidad narrativa general y sin fisuras. La escalada de
momentos de acción que convergen sistemáticamente en los diversos “clímax” casi
científicamente ubicados en la historia será la gran pieza de toque de los
guiones de esquema clásico.
Cuando a Griffith se le preguntó
por la manera en que había inventado unas formas fílmicas tan dinámicas y
eficaces, éste respondió con claridad que se había limitado a imitar las técnicas
narrativas de las novelas de Charles Dickens. Ante las diatribas del cine
primitivo entre el espectáculo de feria, el modelo teatral o el “cine puro” de
los prestidigitadores de imágenes y los surrealistas, Griffith da un golpe de
efecto al imponer la herencia de la novela decimonónica como el nuevo Modelo
formal que se convertiría en el dominante del llamado Cine Clásico.
Esa forma dominante de la
representación clásica, que como decimos mantiene plena su vigencia hasta hoy
mismo, se basa en la Forma Paradigmática que nace en Griffith y que se encargó
de llevar a perfección el cine clásico de Hollywood.
Sus características más
relevantes son:
-La transparencia del
dispositivo. La forma de producir la realidad filmada queda siempre oculta y se
accede a una “ilusión óptica” de verdad en la narración, de continuidad y
causalidad perfectas en las acciones, así como una “plenitud de sentido” de lo
narrado.
-Esta “plenitud de sentido” de lo
narrado es decisiva. Todo lo que ocurre en la película queda explicado por el
mecanismo narrativo, todo excepto las propias posiciones enunciativas y los
dispositivos productivos de la película en sí. Los conflictos, las oposiciones
sistemáticas (“los buenos y los malos”) se resuelven en relaciones de
causalidad transparentes y a través de personajes de una pieza, psicológicamente
bien definidos y con objetivos e intereses precisos.
-La “historia” de una película,
su contenido narrativo, tiene mucha más importancia que cualquier aspecto
estético o contemplativo y determina completamente a los personajes, que se convierten
en elementos funcionales al servicio de esa historia y de sus tramas y
subtramas, cumpliendo un “papel” predeterminado en las líneas de oposiciones y
convergencias conflictuales. Es lo que Godard llama “la tiranía del guión”:
todo lo que ocurre en la película está preestablecido por medios narratológicos
de incremento de los beneficios de emoción inducida a través de los conflictos convergentes
y las secuencias de acción, y donde los personajes (y las personas reales que
los interpretan) encarnan roles funcionales en una maquinaria homogénea y cerrada
sobre sí misma.
-La activación del mecanismo de
la “identificación” como operador fundamental del ilusionismo narrativo. Que
los espectadores se identifiquen con los personajes, que se satisfagan con la
transparencia del sentido y se emocionen proyectando expectativas sobre la escalada
climática de las acciones convergentes es parte fundamental de este esquema. En
esta clase de películas el esquema de acción-reacción de los personajes es
siempre de una causalidad incuestionable y remite a la caracterización moral
hecha sobre el propio personaje, cuyos conflictos o desviaciones no son sino
anomalías dentro del esquema explicativo.
-Recuperando de alguna manera la
noción aristotélica de “catarsis” colectiva en las identificaciones y
proyecciones inducidas de los espectadores, se recuperan también las divisiones
que Aristóteles atribuía a la estructura de la tragedia griega (en el momento
de su decadencia con Eurípides): presentación/nudo/desenlace. Y esto aplicado a
cada secuencia, en la que también se asiste a la reproducción en miniatura del
esquema formal de alternancias, convergencias y momentos climáticos de la
película en su totalidad.
El “mito” del cine que este cine
instituyó desde el esplendor de Hollywood, la llamada época dorada de los
grandes estudios, es, pues, parte fundamental de nuestra propia construcción narrativa,
causal y plenamente explicativa de la realidad que se nos ha impuesto como
paradigma perceptivo contemporáneo. Los “estereotipos” de caracteres que
fundamentan el funcionamiento del cine clásico, sus oposiciones simples, la
capacidad explicativa de todas las acciones de la maquinaria narrativa reducen al
máximo la ambigüedad de lo real e imponen
un modelo perceptivo y explicativo a nuestra realidad colectiva hasta en la
economía de nuestros relatos más cotidianos.
Efectivamente, parece que nos encontramos en un momento de cambio de paradigmas en relación con el cinematógrafo y las artes en general.
ResponderEliminarPara comprender la envergadura de este cambio, puede resultar apropiado inscribirlo en el contexto más amplio del cambio de ciclo histórico en el que estamos inmersos. El dato más relevante a este respecto es el cambio tecnológico que se está dando con los procesos generalizados de digitalización, en cuyo marco se sitúa internet. A ello hay añadirle cambios demográficos relevantes, no sólo a nivel global, con continuas y masivas migraciones de unos lugares del planeta a otro, sino también a nivel local. En las extensas regiones urbanas en las que se organiza nuestra civilización hemos podido ver en las últimas décadas como la población residente en la periferia, procedente de las zonas rurales que accedía a la gran ciudad atraída por el proceso de industrialización que se desarrolló en los años cincuenta-setenta del siglo pasado, con los primeros ahorros obtenidos se hicieron una caseta en el campo y luego se fueron a vivir a un adosado en la periferia suburbana. El vacío dejado en la ciudad interior está siendo llenado desde los años noventa con una población mucha veces venida de otros lugares del continente y en ocasiones de otras partes del planeta.
Los cambios tecnológicos y demográficos están en la base de los cambios culturales. Así ocurrió con la segunda guerra mundial (la guerra civil en España), con millones de personas muertas y otras tantas desplazadas de sus lugares de residencia habitual, a lo que hay que sumar el desarrollo tecnológico propiciado por una guerra particularmente relevante en este campo. Lo mismo ocurrió en el anterior momento de cambio, no ya de ciclo, sino de época, que se produjo con el tránsito del Antiguo Régimen a la nueva sociedad que configuró la revolución industrial, el que capturó magníficamente la escena del degollamiento del rey en el marco de los actos revolucionario de aquel caluroso verano de 1789 en París.
Todo apunta a que no va a haber guerra ni revolución (en el solar europeo), pero la profundidad de los cambios es equiparable, y el cinematógrafo y las artes en general no podían permanecer ajenas al proceso.
Un dato resulta muy llamativo a este respecto. La sección de dvd's-cine de los grandes almacenes no ha parado de reducirse en los últimos años, y en estos momentos está a punto de desaparecer. Otro tanto ocurre con la asistencia de público a los cines-salas de proyección. El cine, tal y como se le ha conocido, está desapareciendo. Lo sustancial del mismo, la escritura con imágenes en movimiento, está ahora en youtube y en otras plataformas de divulgación de vídeos. No tiene interés hacer referencia ahora a sus contenidos o a su calidad (no es ni mejor ni peor que la que tuvo el cinematógrafo en su origen en el siglo XIX).
Una de las características más importantes del nuevo ciclo o época en el que entramos es el acortamiento de la distancia entre realidad y ficción, probablemente reflejo de otros cambios de mayor envergadura, pero este es de enorme relevancia en relación con el cinematógrafo, ya que disuelve la separación comercial entre cine de ficción y documental, y augura un periodo de tránsito, hasta que se definan las nuevas categorías, de interferencias mutuas entre arte y ciencia.